A ver, cómo te lo digo. Por un lado, esta película es imprescindible para que entiendas el grado de caradura, desfachatez, robo, avaricia y corrupción que rodearon la crisis económica de 2008. Pero por otro lado, no es fácil de ver al principio y hay que prestar mucha atención a los detalles. Si estás dispuesto a dejar de lado las palomitas y concentrarte dos horas, te va a encantar.
La crisis del 2008, esa que empezó con la caída de Lehman Brothers y que arrastró a todo el mundo a una tormenta financiera de proporciones descomunales, ha sido motivo ya de algunas películas bastante decentes, como Malas noticias o Margin Call. A todos nos gustaría entender por qué el dinero desapareció de los bancos en pocos días, cuando en apariencia todo seguía en su sitio. ¿Cómo es eso de que si compro acciones y luego las vendo, me arruino, pero el del banco que ha intervenido en las dos operaciones se enriquece? ¿Cómo rayos funcionan las cosas?
Si quieres respuesta a esas preguntas, ésta es una de esas películas que debes ver. A mí me ha encantado y tuve que pararla un par de veces para contener la risa tonta al ver en pantalla cosas que he visto en libros, periódicos y entrevistas de televisión y que reflejan lo increíblemente descarado que es el chiringuito financiero sobre el que se asienta nuestra sociedad.
A principios de los años 70 la banca era un negocio relativamente sencillo de entender: la gente ingresaba sus ahorros, los bancos los gestionaban en forma de préstamos e inversiones, cobraban una comisión y de ahí salían las ganacias de todo el mundo. Había alguna otra complejidad, pero esencialmente era eso. Pero, de repente, ocurrieron dos cosas: Nixon eliminó la paridad del oro con el dólar y a un tipo llamado Lewis Rainieri se le ocurrió lanzar un nuevo producto de inversión: los bonos garantizados con hipotecas.
Las consecuencuas de estos dos hechos son complejas de entender pero en esencia se traducen en dos cosas: el dinero dejó de tener valor real y se abrió la veda de la especulación de derivados financieros. Es decir, los intereses de un prestamo ya no dependían de lo que se hubiera contratado con el banco al firmar la hipoteca, sino de las apuestas que otros observadores hacían alrededor de esas hipotecas.
Piensa en lo siguiente: tu primo, ese que no tiene trabajo, que no terminó los estudios y que se dedica a sacar un dinero de vez en cuando vendiendo relojes que «se encuentra» en la calle, firma una hipoteca para comprarse una casa. En teoría, el préstamo es a un (digamos) 7% de interés y eso es lo que puede ganar el del banco. Pero tú que conoces bien la situación, te acercas conteniendo la risa al del banco y le dices «me apuesto 20.000 € a que deja de pagarte la hipoteca en 6 meses». El del banco, que cree que las hipotecas son estables, ve una oportunidad de «quitarte» 20.000 € y acepta la apuesta 5 a 1, pensando las hipotecas no se caen. Pero pasan los primeros meses y, como era previsible, tu primo deja de pagar, de forma que tu has sacado un beneficio de 100.000 €.
Tu primo es lo que los bancos llamaban un «ninja», que quiere decir «no income, no job or assets», alguien sin ingresos, trabajo ni bienes. Pero como los bancos no ganaban por los intereses, sino por vender las hipotecas a otros, lo importante era firmar todas las posibles, mezclando las de gente solvente con las de los ninjas, sabiendo que nadie miraba los contratos. Eso, el conjunto de todas las hipotecas que te metían en un fondo de inversiones con garantía hipotecaria, es un bono de riesgo. Vamos, tanto riesgo que cuando la gente dejó de pagar hipotecas en 2007, el asunto reventó y todos los bancos se vieron obligados a pagar esas apuestas arriesgadas que habían hecho durante todos esos años, que es lo que les llevó a la quiebra.
Un grupo de personas se dió cuenta de la situación y apostó sobre las apuestas. Apostaron a que todo iba a reventar y metieron cientos de millones de dólares en una jugada terriblemente arriesgada. Lo acojonante, lo increíble, es que cuando se cumplieron sus predicciones, los bancos (que habían aceptado el dinero pensando que nunca fallarían las hipotecas) DEJARON DE RESPONDER a los mensajes y llamadas, para no tener que pagar la deuda. O que las agencias de calificación que estaban diciendo que esas inversiones eran totalmente seguras, reconocieron que en realidad era falso, pero que ganaban más diciendo lo contrario.
Todo esto, con mucha ironía y desparpajo, es lo que nos cuenta esta película, de una forma que te va a dejar con la boca abierta. Eso sí, tienes que estar dispuesto a aceptar una explicación de dos horas como la que yo te he dado aquí, porque si no sigues un poco la pista a la jerga financiera, te perderás a los 15 minutos de empezar. Y ni la simpatía de Steve Carrel ni la interpretación de Christian Bale van a conseguir que se te aclaren las ideas.
Hay un par de escenas de «rotura de la cuarta pared» en las que estrellas, como un cocinero que conocerán mucho en su ciudad o Margot Robbie, nos explican detalles técnicos de la historia, con mucha guasa. Es una broma ocurrente, pero esas explicaciones rompen el ritmo narrativo y no siempre aclaran mucho las cosas.
Buen diálogo, historia increíble, información muy interesante, interpretaciones estupendas y la satisfacción de haber visto una película en la que te has entretenido a la vez que has aprendido algo sobre nuestro mundo. Ya te lo decía al principio: no es para todo el mundo, pero si te animas creo que te va a gustar tanto como a mí.
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