A primera vista, una película que sólo tiene dos personajes y que pasa la mitad de su metraje sin diálogo no parece muy entretenida, pero Infierno en el Pacífico es una historia interesante de pasiones y lucha por la supervivencia.
Un oficial japonés naufraga en una isla del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial y trata de sobrevivir en un pequeño rincón de la playa. Un día descubre que no está solo y que otra persona, un oficial norteamericano, ha acabado en el mismo sitio, por lo que entre los dos se desarrolla un enfrentamiento muy agresivo no solo por sobrevivir, sino por dominar y castigar al enemigo.
El enfrentamiento entre los personajes no se limita al antagonismo patriótico, por pertenecer ambos al ejército de dos naciones en guerra, sino a la incomunicación, ya que ninguno habla una sola palabra del idioma de su contrario.
Con estos elementos, el director John Boorman, que nos sorprendería más adelante con títulos como Zardoz, Defensa o Excalibur, desarrolla una historia muy visual, por el escaso diálogo, en la que asistimos a un planteamiento ya conocido: dos personas irreconciliablemente enfrentadas, que tienen que cooperar y vencer su antagonismo para sobrevivir.
Con otros protagonistas, la película podría haber sido aburrida, pero por un lado tenemos a Lee Marvin, como el oficinal norteamericano, y por otro a Toshiro Mifune como el japonés. Yo creo que si hubieran buscado a propósito dos personas más conocidas por su fuerte carácter, no lo podrían haber hecho mejor. Marvin era conocido como un actor irritable, alcohólico y difícil de tratar, pero excepcionalmente bueno para interpretar personajes de carácter, algo muy semejante a lo que le pasaba a Mifune, que a lo largo de su carrera (especialmente en colaboración con Akira Kurosawa) definió la imagen popular del ronin, el samurai errante caído en desgracia, y el mafioso japonés de la yakuza.
Además, daba la casualidad de que ambos habían participado realmente en la Segunda Guerra Mundial. Marvin fue un marine condecorado con el Corazón Púrpura, que participó en la campaña del Pacífico, aunque también fue degradado por las peleas en las que se metía. Por su parte, Mifune sirvió en la marina imperial japonesa. Así que, cuando les ves a ambos en las pantallas, estás asistiendo a algo más que a una película; el enfrentamiento entre dos personas de fuerte carácter que tienen mucha historia acumulada para sí mismos y contra el otro. Algo que podría haber ocurrido de verdad y que, seguramente, pasó en alguna de las innumerables islas que salpican el Pacífico.
El problema es que todos estos detalles no sirven para entretenernos, sino para despertar la curiosidad intelectual. Y uno no siempre va al cine a enfrentarse a profundos dilemas éticos o humanos.
El planteamiento de la película, con escaso diálogo y todas las frases de Mifune en japonés y sin subtítulos, es interesante y pone al espectador precisamente en la misma situación que el personaje americano, enfrentado a la incomprensión que no saber lo que quiere decir la otra persona, más allá de interpretar sus gruñidos, gritos o gestos de irritación como amenazas. De nuevo, esto puede que resulte curioso como ejercicio de cine expresionista, pero no es un cine de masas que atraiga a la gente en oleadas a las salas de cine e Infierno en el Pacífico fue un fracaso de taquilla, que llevó a su productora a la quiebra. Eso sí, la crítica destacó el trabajo de los actores y la originalidad de la historia.
Para rematar las cosas, se conocen tres finales distintos: el comercial, el del director y el que querían los actores. Yo he tenido la oportunidad de ver los dos primeros y, aunque no te los voy a contar, te diré que ambos son igualmente frustrantes. Te animo a buscar la película y comprobarlo por ti mismo. Incluso si no te gusta el final que te toque, es una de esas películas que merece la pena ver una o dos veces sólo por ampliar tu cultura cinematográfica y reflexionar sobre el mensaje que nos manda el director: el enemigo no es el otro, sino la guerra en sí misma.
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