El Monje (Bulletproof Monk, 2003)

Qué mala es esta película. Pero qué mala… Una mezcla de nazis, película de tortas oriental, misticismo barato, comedia romántica y aventuras, en la que no sabes si esconderte, de la vergüenza que dan los diálogos, o ponerte a comer palomitas y disfrutar de la tontería.

Chow Yun-Fat hoy no es nadie, pero a finales de los 90 y principios del cambio de siglo encadenó una serie de títulos más o menos acertados, que le sacaron del mercado asiático de cine de tercera y le colocaron en las primeras filas del cine comercial de Hollywood. Películas como Ana y el Rey, Hard Boiled y, sobre todo, Tigre y Dragón, hicieron que se convirtiera en una especie de Harrison Ford chino, con esa mezcla de carisma, capacidad atlética, mirada y capacidad interpretativa que atrae público a los cines.

Por desgracia, no gestionó bien el éxito y tras dos o tres tropiezos considerables, como la infumable Drangonball Evolution, encaminó sus pasos a la intrascendencia, hundiéndose en una sucesión de películas muy irregulares. Pero vamos, nada que no le haya pasado a otros actores que combinan carisma con un pésimo criterio para elegir guiones, como Nicolas Cage, sin ir más lejos.

Ésta fue una de esas películas mal elegidas que trataron de aprovechar su tirón en Hollywood con una mezcla extraña de cine oriental, místico, comedia y tortazos en los que se mezclan cosas tan extrañas como el ascetismo monacal del Tibet con la crueldad desmadrada de los nazis. Un misterioso pergamino pasa, generación tras generación, de un monje a otro que dedican sus vidas a impedir que caiga en malas manos. El contenido del pergamino confiere a quien lo porta una casi-inmortalidad, venciendo al tiempo, la enfermedad y las heridas durante el periodo de 60 años que le corresponde a cada uno.

El destino lleva a nuestro monje a tropezarse en las calles de Nueva York con un carterista que vive en la sala de proyecciones de un destartalado cine chino, regentado por un anciano japonés, en el que ha aprendido un montón de mortíferas técnicas de lucha… mirando las películas que se proyectan. Si, si… espantoso. Y los diálogos son mucho peores. Vamos, hasta el punto en que la réplica que da un protagonista a otro en medio de la película es algo así como «deja de soltarme tu sabiduría de galleta de la suerte«.

Las secuencias de lucha son malas. Francamente malas. Mal coreografiadas y con un evidente abuso de suspensiones borradas en post-producción, que meten ese recurso tan popular en el cine chino como son los personajes que vuelan por el aire. Seann William Scott se limita a sonreír todo el rato y amagar poses de kung-fu barato, quizás en la suposición por parte del director y él mismo de que es un tipo irresistible. Pero la verdad es que da pena.

¿No hay nada que se salve? Pues mira, la verdad es que si adoptas la actitud de un adolescente al que le gusten las películas de tortas y te centras en el atractivo de los personajes y los poderes que confiere el pergamino, puedes pasar una hora y media de palomitas en el sofá bastante entretenida.

Hay un par de secuencias cómicas que te arrancan una sonrisa sin problemas, pero todo recurriendo a un humor y situaciones más típico de una película de Chuck Norris de los años 80, que de una producción seria del cambio de siglo.

Lo mejor de todo es el personaje femenino, interpretado por Jamie King, que se ha especializado en personajes secundarios con cierto encanto, más que por su belleza por su personalidad. Es una lástima que aquí se quede en un mero adorno y complemento para el héroe masculino, porque tiene más carácter y posibilidades que los dos gallitos que van por delante en el cartel.

En fin… tiene su gracia, pero no es que valga gran cosa.

Trailer:

El Monje (2003)

Desde $2.99
4.7

Premisa

6.0/10

Guión

4.0/10

Interpretación

5.0/10

Producción

6.5/10

Factor "la volvería a ver"

2.0/10

Pros

  • La premisa de fondo no está mal
  • El encanto de las pelis orientales
  • Un par de chistes bien metidos

Cons

  • Los diálogos, que dan vergüenza
  • El malo, que da más vergüenza todavía
  • El bueno, que es quien da más vergüenza de todos