Las historias de atracos gustan tanto o más que las de gángsters y puede que por los mismos motivos. La pregunta no es sólo si tendríamos valor para hacerlo, sino para no morirnos de un ataque al corazón después, cuando la policía empezase a investigar. Y ésta es la situación en la que se encuentran aquí los protagonistas.
Hay actores de los que tienes la sensación que siempre han sido viejos. Pongamos, por ejemplo, Morgan Freeman. ¿No tienes la sensación de que lleva 30 años haciendo de persona mayor con mucha responsabilidad? Lo curioso es que estos actores no dejan de hacer papeles uno detrás de otro y en general de buena calidad. Freeman fue un actor secundario sin ninguna relevancia hasta que le «descubrieron» en Paseando a Miss Daisy, cuando tenía 52 años y desde entonces no ha parado.
Algo parecido le pasa a Michael Caine, que tuvo una buena época como actor de carácter en su juventud, allá por los años 70, pero que ha resurgido como actor de papeles graves en su madurez y tampoco deja de trabajar. Afortunadamente para los que le seguimos, porque el Batman de Nolan no sería lo mismo sin la flema de Caine interpretando al mayordomo Alfred.
Aquí le tenemos en un papel sumamente agradecido, de hombre inteligente pero arrinconado por las circunstancias de la vida, entregado a la memoria de una esposa fallecida tras una larga agonía de cáncer 15 años atrás, a la que dedicó todo su tiempo y amor. Y digo agradecido porque hace falta ser buen actor para hacer papeles humildes y Caine interpreta estupendamente a ese sencillo conserje para todo, que lo mismo se pasa una hora puliendo el suelo con las manos, que retrasa la salida del trabajo unos minutos para limpiar un retrete atascado. Y aún así mantiene toda la dignidad del personaje a lo largo de la historia.
Lo mismo se puede decir de Demi Moore, porque después de haber interpretado a mujeres fuertes como la teniente O’Neill de G.I. Jane o la Meredith Johnson de Acoso, aquí hace de otra mujer fuerte, pero tan asediada por miedos e inseguridades que se pasa toda la película siendo un manojo de nervios.
De alguna forma, el personaje de Moore es casi un acompañante del espectador, que va descubriendo lo que pasa arrastrado por las circunstancias, tropezándose con una sorpresa tras otra y acabando por dar vueltas en la butaca de nerviosismo, sin saber muy bien lo que va a pasar a continuación.
El plan de estos dos personajes, un anciano conserje y una ejecutiva venida a menos, para vengarse de la empresa que les ha maltratado es, como decía al principio, la historia de un atraco de 100 millones de libras en diamantes que nos tiene todo el metraje pendientes de la pantalla, con buenos diálogos, una narración sin muchos altibajos y un final sorprendente, que es lo que se agradece en estos casos.
Si los protagonistas están bien, los secundarios no se quedan atrás, empezando por Joss Ackland, impecable como potentado tratando de conservar su imperio, y terminando por el que hace de recepcionista, que nos convence de que ha estado trabajando ahí toda su vida. La ambientación, los detalles, todo está muy cuidado, incluyendo la atmósfera gris y sobria a tono con el ambiente del Londres de finales de los 60, en los que se desarrolla la historia.
Si acaso, coincido con algunas críticas en que el preludio y epílogo, tratando de enmarcarlo todo en la realización de una gran mujer que hace grandes obras, es un toque innecesario en el guión. No aporta nada y si lo que pretendía era ser un alegato feminista, fracasa estrepitosamente, porque la conclusión es que esa «gran mujer» le debe su fortuna a un anciano conserje que le regaló todo lo que llegó a ser en la vida. Si te ha picado la curiosidad, te recomiendo que la veas, que para nada es una pérdida de tiempo, aunque tampoco es de esas que volverás a ver una y otra vez.
Trailer: