U-571 (U-571, 2000)

Como película está entretenida, y es de las pocas que se han hecho sobre guerra submarina que recoge bastante bien la tensión que se vivía en aquellas primeras latas sumergibles. Pero no intentes buscar muchos elementos de realismo o fidelidad histórica, porque todo lo que se cuenta es una fantasía que, de hecho, cabreó bastante al gobierno británico.

No sé qué idea tienes de lo que puede ser la vida en un submarino, pero desecha cualquier romanticismo que tengas en la cabeza porque no puede ser más parecido a una prisión asfixiante. Trata de imaginar lo que debe ser vivir en un espacio cerrado, sin intimidad, sin una cama propia, comiendo de pie o por las esquinas, sin ver el sol durante días y días, durmiendo 6 horas en turnos de 24, haciendo tus necesidades en cualquier rincón y con un terrible hedor a sudor, orina, grasa y humedad.

Este «paraíso» es lo que sufrían los miembros de cualquier tripulación de submarinos entre la primera y la segunda guerra mundial, en una época en la que ni siquiera estaba previsto aquello de poner inodoros en los buques, ya que en muchos casos se hacían las cosas directamente en la sentina (el espacio que queda al fondo, por encima de la quilla y debajo de la cubierta inferior). Y eso en un momento de tranquilidad. Si hablamos de las situaciones de combate, a lo anterior se suman los traquetos, chirridos del casco, explosiones, subidas y bajadas y la constante amenaza de ser aplastado por el mar debido a la presión del agua o las cargas de profundidad.

Bueno, pues ese momento, esa sensación de angustia de «nos van a soltar un pepinazo de un momento a otro que el mar nos va a tragar, si no lo hace antes la presión«, con piezas reventando alrededor, queda perfectamente reflejado en esta película.

La historia es bastante interesante: un submarino alemán sufre una serie de averías que lo dejan inutilizado, por lo que tiene que quedarse a la deriva mientras llega un buque de avituallamiento para efectuar las reparaciones y ayudarles. La marina americana intercepta las transmisiones y organiza a toda prisa una acción naval para llegar antes que el submarino de apoyo y conseguir una de las máquinas de cifrado Enigma que se usaban para encriptar todas las comunicaciones entre el mano nazi y la flota de submarinos.

De por sí, la historia ya promete como aventura de espías, semejante a la que unos años después nos contaría Tom Clancy en La Caza del Octubre Rojo. Pero los guionistas le dan una vuelta de tuerca más y, cuando casi lo han conseguido todo, un torpedo venido de no se sabe dónde destruye el submarino americano y los pocos miembros de la tripulación que quedan tienen que usar el U-571 alemán para sobrevivir. ¿Cómo te las ingenias para salir adelante en medio del océano Atlántico, con la mitad de los buques en tu contra porque eres un espía y la otra mitad en tu contra porque eres un buque enemigo?

El desarrollo de la película es bastante bueno y sin demasiado altibajos. Los personajes están bien desarrollados, la ambientación, la iluminación y los detalles son estupendos. PEEEERO (hay un pero enorme) todo lo que nos cuentan es una fantasía que no tiene nada que ver con nada que haya ocurrido realmente.

Para empezar, en el momento histórico en que se desarrolla la historia, Estados Unidos aún no había entrado en el conflicto bélico. De las 14 máquinas de cifrado que se recuperaron durante la guerra, 12 lo fueron por los británicos y un par por los americanos bastante tarde. E incidentes como el de ametrallar un bote de náufragos procedentes de un carguero para que no revelen tu posición es una barbaridad de la que sólo se tiene constancia que ocurriera una vez en toda la guerra. Dicen que, tras una proyección de prueba, le preguntaron a un tripulante alemán superviviente de la guerra su opinión sobre la película, y éste respondió que sí… que alguna vez hubo submarinos en el Atlántico norte con máquinas Enigma. Ah, y que podían ir bajo el agua y tenían torpedos. Todo lo demás era pura invención.

Al parecer, el asunto generó bastante cabreo entre el público británico, ya que se encontraban ante una película en la que los americanos se «apropiaban» de un esfuerzo bélico que costó muchas vidas, en una presentación de los hechos manipulada para favorecer al mercado doméstico del cine. La cosa llegó al extremo de que el gobierno presentó una queja formal y el guionista se disculpó, años después, por la manipulación histórica con motivos comerciales. Pero… ¿Tiene que ser realista una película ambientada en cualquier guerra?

La respuesta es que no. De vez en cuando volvemos a este asunto y el único requisito que debe cumplir una película es ser entretenida y estar bien hecha, que las interpretaciones no den vergüenza y que la ambientación sea creíble. Malditos Bastardos es una absoluta fantasía y a nadie le pareció mal. Quizás la diferencia es que la película de Tarantino no pretendía adjudicarse un mérito histórico. Pero ¿es que acaso ésta lo pretende? No lo sé.

Hay algunos errores técnicos, como un destructor con decenas y decenas de cargas de profundidad, cuando en realidad llevaban poco más de 30, o escenas de lucha antisubmarina con el habitual «ping» de fondo, en una época en la que todavía no se usaba el sonar activo y todo dependía de poner la oreja contra el casco del barco y escuchar atentamente lo que pasaba (casi). Pero, de nuevo, estamos con menudencias.

Aquí de lo que se trata es pasar un rato entretenido y todas las críticas malas que veo son por la afrenta histórica y no por la calidad de la película. Lo que puedo decirte es que es entretenida y casi seguro que te va a gustar. Asume que lo que vas a ver es un novelización de algo que PUDO pasar durante la guerra y pasarás un par de horas bastante entretenidas.

Trailer:

U-571 (2000)

Desde $3.99
6.8

Premisa

7.5/10

Guión

6.0/10

Interpretación

7.5/10

Producción

8.0/10

Factor "la volvería a ver"

5.0/10

Pros

  • La ambientación, estupenda
  • Las interpretaciones, creíbles
  • La historia, bastante entretenida

Cons

  • La presentación de los alemanes
  • La alteración de los hechos históricos
  • El maniqueismo pro-americano