Las comedias pueden ser divertidas por el guión, por el talento de los actores o por las parodias y referencias. Esta no tiene un guión excepcional y los personajes son de animación, pero está llena de referencias y bromas visuales que te tendrán sonriendo dos horas.
En 2012, Disney nos dio una sorpresa agradable con una película que parecía ser una más de las muchas iniciativas que intentar rentabilizar la nostalgia de los años 70 y 80. Pero ¡Rompe Ralph! superó la expectativas y demostró tener algo más que una acumulación de referencias dispersas, como le pasaba a la decepcionante Ready Player One.
Uno de los atractivos de la película, como le ha pasado a Pixar con Toy Story, era el desarrollo de los protagonistas que, a pesar de ser personajes de animación, tenían más profundidad de lo que nos encontramos en muchas películas de acción real. Ralph, el gigante incomprendido que tiene como trabajo ser el «malo» de un videojuego de los 80, y Venélope, que es una piloto de carreras atípica en su propio juego de velocidad con coches de caramelo, formaban una pareja simpática.
Seis años después de los acontecimientos de la película anterior, Ralph y Venélope mantienen su amistad y pasan los días «trabajando» en sus respectivos videojuegos y otras máquinas, como en las carreras de motos de luz de Tron. Pero la tecnología no deja de avanzar y un día conectan un nuevo aparato a la regleta de electricidad, aunque esta vez no se trata de un juego, sino de un punto de conexión WiFi, que dará acceso a todo el salón de juegos a Internet.
Con la excusa de tener que localizar un volante casi imposible de conseguir, que evite que desconecten definitivamente el juego de Venélope, los dos amigos se adentran en un mundo completamente desconocido para ellos y lleno de peligros. Como en la primera parte, cuando un juego «muere» fuera de su juego, no puede resucitar o «reiniciar la partida».
Todo esto no es más que el planteamiento de los primeros minutos, pero sirve para llevarnos, junto a los dos personajes, a una recreación brillante, simpática y muy imaginativa de lo que podría ser el mundo virtual de Internet, en el que cada sitio web está representado por un edificio de formas atípicas y futuristas y los programas se desplazan a bordo de «paquetes» de información con forma de mini-bus.
La historia es sencilla y no tiene mucho misterio. Desde el momento en que se rompe el volante y encuentran uno de repuesta en una subasta de eBay, ya sabemos casi todo lo que va a pasar, aunque no cómo va a pasar o qué contratiempos pueden encontrar en el camino. Un camino en el que encontrarán programas (personajes) que se encargan de presentar los anuncios emergentes a todo el mundo (pop-ups). Que estos programas sean verdes, esmirriados y que surjan del suelo con un soniquete similar a un «pop» no hace más que ponerte una sonrisa en la cara. Como lo hacen los pajaritos azules que representan los millones de tweets que se envían cada día por Twitter, o el rechoncho empleado con gafas enormes del buscador universal.
Todo ese universo de ocurrencias, amontonadas por un ejército de guionistas y desarrolladas por otro ejército de animadores y programadores, forman parte del encanto de la película y está llena de ellos. Pero hay algo más. La historia de fondo no es la búsqueda del volante, sino la pequeña tragedia que ocurre cuando dos amigos llegan a un punto de su vida en común en que descubren que tienen que quizás por separado puedan ser más felices. ¿Regresarán ambos al salón de juegos, o se quedará alguno de ellos en el mar electrónico de Internet?
Las anécdotas que van ocurriendo en el viaje, como el encuentro con los pop-ups o una hilarante escena en que Venélope descubre que es una «princesa Disney», junto al resto de personajes clásicos como Cenicienta, Blancanieves o Pocahontas, son en general muy buenas y te quedas con ganas de verlas otra vez.
Para dar vida (digo voz) a los protagonistas tenemos a por un lado a John C. Reilly, que se ha establecido como un actor de carácter en producciones «indie» y alternativas, y a Sarah Silverman que es una actriz cómica bastante versátil, especializada en series y producciones para la televisión, aparte de alguna participación como actriz de doblaje en series como Futurama.
El resultado son dos horas entretenidas, llenas de chistes y mucha publicidad de marcas y sitios web. El cine también tiene que darnos entretenimiento ligero de vez en cuando, y esta película tiene la virtud de conseguirlo perfectamente, con la ventaja adicional de que pueden verla juntos padres, hijos y abuelos.
Trailer: