Cuando una película trata sobre un tema muy emocional, corremos el riesgo de valorar el resultado por la opinión que tenemos sobre ese tema, y no por los méritos de la obra. Este es un ejemplo perfecto de una película mediocre que trata sobre un tema muy interesante.
David Irving es un escritor británico que defiende la idea de que el Holocausto nazi sobre los judíos no existió. Es una de esas personas ligeramente histriónicas y muy apasionadas, que no duda en provocar a quien sea para llamar la atención sobre sus ideas y ganar notoriedad.
En 1996 presentó una demanda de difamación contra una profesora universitaria, Deborah Lipstadt, a la que previamente había tratado de provocar en una de sus conferencias para arrastrarla a un debate abierto frente al público. Lo que no había conseguido en un principio, lo consiguió ante los tribunales, con la particularidad de que el juicio se celebró en Reino Unido, donde la carga de la prueba en este tipo de litigios recae en la defensa. Es decir, era Lipstadt la que tenía que demostrar que las afirmaciones de Irving eran falsas, y no Irving el que demostrase que su negación del Holocausto fuera cierta. Con esta premisa, ¿qué podía salir mal en una película que nos contase la historia?
Pues, para empezar, que no siempre una actriz popular es la mejor opción para el papel de un intelectual. Yo me quedé sorprendido cuando, en 2001, eligieron a Russel Crowe para interpretar al premio Nóbel John Nash en la película Una Mente Maravillosa. Un actor que, hasta entonces, se había destacado por papeles físicos de hombre duro, criminal o policía, tenía que encarnar a un profesor universitario de matemáticas, aquejado de un grave caso de esquizofrenia. Pues eso, de locos. Pero mira, la cosa salió bien y el papel ha quedado como uno de los mejores de Crowe.
En este caso, la elección para interpretar a la menuda y risueña profesora Lipstadt recayó en Rachel Weisz, que la verdad… la verdad… ¿qué películas memorables ha hecho esta mujer? Salió de secundaria en La Momia y sus secuelas, estuvo muy bien en El Jurado y trabaja un montón, pero no recuerdas su cara asociada a producciones que tengan una gran repercusión, ni a papeles que supongan un gran reto interpretativo.
Aquí su trabajo se limita a dos gestos: mirar por encima del hombro y tener arrebatos de furia e indignación por todo lo que ocurre a su alrededor. Parece mentira que el personaje que nos retrata sea una sesuda profesora universitaria, que haya tenido la frialdad de enfrentarse a conflictos de cierta gravedad a lo largo de su vida, porque su personaje se reduce a un estereotipo muy visto del típico americano que, cuando sale de su país, no sabe cómo comportarse en otros rincones del mundo.
Sale también Tom Wilkinson, al que solemos ver en papeles secundarios de mucho carácter. Aquí no es que sea maravilloso, aunque se le ve suelto en su papel. Lo que pasa es que ese papel se limita a ser una persona que no dice por qué hace lo que hace y que se pasa el rato con un comportamiento difícil de entender, que no sabes a dónde le lleva. Y, cuando llega, tampoco es que te sorprenda lo que ha conseguido.
El que está muy bien es Timothy Spall, que interpreta al negacionista Irving. Lo hace sin caer en una caricatura del personaje, y ni la dirección ni el guión tratan en ningún momento de ridiculizar sus ideas, sino que se limitan a que sea el propio desarrollo del juicio y la exposición de pruebas la que haga que éstas se derrumben. De hecho, una gran parte del diálogo de la película está sacado de las actas del proceso.
Lo que pasa es que hay una lección que cualquier aspirante a guionista tiene que aprender y es que no siempre los diálogos reales suenan a realistas. Quiero decir que los juicios que vemos en las películas no son como los juicios reales, y las personas no suelen discutir en casa como lo hacen en los dramas televisivos. Una película no es una retransmisión en directo de un evento ni un documental que recree ciertos hechos, sino un producto de ocio que puede basarse en hechos reales para contarnos una historia. Pero esa historia debe ser interesante y los diálogos mantener una cierta tensión, cosa que no consigues si te limitas a transcribir las actas de una vista oral, por más que el juicio sea terriblemente trascendente.
El resultado es una película floja, en la que se intercalan escenas innecesarias, como la visita al campo de prisioneros de Auschwitz, escenas repetitivas, como las veinte veces que Lipstadt insiste en que no se fía de sus abogados, y escenas aburridas, como los interrogatorios en al sala del juzgado que no llevan a ninguna parte.
Tema interesante, actriz mal elegida, interpretaciones limitadas, guión plano y aburrido. Si te interesa mucho este tema y estás dispuesto a disculpar esos errores, puede ser entretenida, pero si esperas ver un drama judicial de los buenos, te recomiendo que veas Vencedores o Vencidos, que recrea mucho mejor el proceso contra los jueces nazis.