Naves Misteriosas (Silent Running, 1972)

Todo el que la ha visto recuerda ciertos detalles positivos e ignora los numerosos defectos, hasta el punto de convertirse en un título de culto de forma incomprensible. El mensaje ecologista, los efectos especiales y dos androides bajitos y rechonchetes tienen la culpa de este lapsus mental que quizás tu también sufras.

Pongámonos en situación: en 2008 la tierra está tremendamente contaminada y la única forma de salvar algunos restos de vida vegetal es meterla en cúpulas aisladas, montar esas cúpulas en naves y mandarlas a hacer puñetas más allá de la órbita de Júpiter. Un mensaje apocalíptico muy común en la ciencia ficción de los años 60 y 70, que trataba de advertirnos de los problemas de la superpoblación y el consumo indiscriminado de recursos naturales.

A bordo de una de esas naves tenemos cuatro tripulantes entre los que destaca Freeman Lowell, un botánico interpretado por Bruce Dern, que intenta hacer ver a sus compañeros la tragedia que supone la pérdida de diversidad ecológica y vida natural. Lógicamente, en un alarde de genialidad narrativa, los compañeros son unos gañanes que sólo pueden apreciar el «bouquet» de unas sanas raciones de píldoras reconstituyentes y batidos de proteínas sintéticos, lo que genera el imprevisible conflicto en la nave.

En ese momento llega la orden desde la tierra de cortar el gas, cerrar las persianas, pegar un petardazo nuclear a todos los biodomos (las cosas esas llenas de plantas y animales que llevan años cuidando por Saturno) y volver para la hora de la cena, algo que los gañanes acogen con entusiasmo y desquicia por completo al bueno de Bruce Dern, que no ve otra solución al problema que matarlos a todos y salir huyendo con su nave.

Lo cuento así porque es que la historia es delirante, incomprensible y llena de recursos forzados para meternos un conflicto difícil de creer. Parece mentira que el guión sea en parte de Michael Cimino, que luego haría maravillas como Manhattan Sur. ¿Por qué hay que mandar las naves a Saturno? ¿Por qué deciden en la tierra que hay que destruirlas todas? ¿Por qué Lowell se comporta como un mesías desquiciado cada vez que abre la boca? Nada de esto se resuelve o se explica y nos quedamos con el conflicto de que los tripulantes deben elegir entre cumplir órdenes sin rechistar, destruyendo los últimos vestigios de naturaleza que quedan en el sistema solar, o fugarse en beneficio de un bien mayor.

Y ahí no tengo nada que criticar y es posiblemente el primer punto positivo de la historia. Porque, como insisto a menudo, la buena ciencia-ficción no tiene nada que ver con el futuro o la tecnología, sino con las dudas éticas que genera ese avance tecnológico. Aquí, algún tipo de desastre ha arrasado la Tierra y el director nos plantea la duda de si la humanidad debería dedicar o no recursos a preservar algo de la naturaleza que ha destruido.

Que Douglas Trumbull, el director, fuese el creador de los efectos especiales de 2001, Blade Runner y otras grandes películas de la ciencia ficción, añaden un elemento friki complicado. Porque es cierto que las naves, los detalles, las explosiones, los viajes a través de los anillos de Saturno y esas cosas son espectaculares y ayudan a enmarcar la historia, pero no son la historia. Lo mismo cabe decir de los androides, que sirvieron de inspiración directa para que George Lucas diseñara a R2-D2, o los juegos disponibles en la nave, como un billar de mesa circular que se juega contra un robot.

Donde la cosa empieza a desmoronarse sin remedio es con los toques hippies, como que Lowell tenga que pasear en túnica y descalzo por la nave, que cuando entra en un biodomo le reciban los conejitos y las águilas amaestradas, o que de fondo nos pongan una canción de Joan Baez para que apreciemos el instante de intensa compenetración entre el protagonista y la naturaleza que le rodea. Muy embarazoso, torpe y excesivamente ligado a su época de producción, que hacen que la película haya envejecido fatal. Algo que no le pasa a 2001, que a pesar de estar hecha seis años antes, se ha mantenido increíblemente actual.

En España la pusieron en 1981 en una emisión del programa La Clave, de José Luis Balbín, y ha quedado grabada en la memoria colectiva de una generación como «aquella película cuyo nombre no recuerdo, en la que había unos robots que jugaban a las cartas». Ya te digo que la historia deja huella y que se ha desarrollado un considerable culto en torno a ella.

¿Qué puedo decirte? Que si tienes paciencia la busques y la veas. Ya vas advertido de los fallos, pero también es una buena oportunidad para que te plantees, durante los escasos 89 minutos que dura la película, si tu mantendrías el presupuesto de las naves o también ordenarías que las volaran y se dedicara el dinero a cosas más importantes.

Trailer:

Naves misteriosas (1972)

Desde $3.99
5.9

Premisa

7.0/10

Guión

4.0/10

Interpretación

5.0/10

Producción

7.5/10

Música y sonido

6.0/10

Pros

  • Las naves, que son espectaculares
  • Los robots, que son carismáticos
  • La premisa, que es inquitante

Cons

  • Bruce Dern, que parece un loco
  • El guión, que es delirante
  • La música de Joan Baez de fondo. ¡Arghh!