Geena Davis es una actriz que ha tenido un par de buenos momentos, un fracaso espeluznante y poco más, aunque algunos quieran rescatar alguna serie de televisión reciente de la que nadie se acuerda. Esta película es la que siguió a ese fracaso al que me refiero, La Isla de Las cabezas Cortadas, y hay muy pocas cosas que se salven de ella.
La premisa podría parecer curiosa: una ama de casa lleva una vida apacible como maestra de escuela, cuidando a su hija y evitando comprometerse del todo con su pareja, hasta el día en que tiene un accidente de tráfico, se da un golpe en la cabeza y empieza a recuperar recuerdos y habilidades propias de un operativo de la CIA y no una amable ciudadana.
A partir de ese momento, inicia una búsqueda frenética de su pasado ayudada por un detective privado de poca monta (Samuel L. Jackson) para descubrir su pasado. Por el camino, toda una serie de personajes tratarán de matarla y evitar que lo consiga.
Si no te parece muy original es porque no lo es. La idea original es de Robert Ludlum y se llama «El Caso Bourne» que trata de un hombre que despierta en un barco sin recuerdos de su pasado y con un herida de bala. Poco a poco recuerda que es un asesino a sueldo de la CIA y tiene que terminar decidiendo qué rumbo quiere dar a su vida, evitando que le maten por el camino.
Los refritos de ideas son habituales y basta que se estrene una película de vampiros con éxito para que haya una oleada de secuelas, imitadores, homenajes y plagios que traten de aprovecharse del éxito de la primera. Pues eso es lo que pasa con esta película, que debía ser un vehículo para lucimiento de su protagonista, trasladando la historia de Bourne a un ama de casa y, de paso, reivindicando un personaje femenino fuerte y capaz de hacer las mismas cosas que su homólogo masculino.
Esto es algo de lo que ya he hablado en otras ocasiones. No hay nada de malo en plantear historias de mujeres fuertes, aunque sea algo que rompa el estereotipo tradicional. Pero no basta con querer reivindicar una idea para que esta funcione. Meternos con calzador a una mujer en el papel que normalmente atribuiríamos a un hombre no eleva la calidad de la película. Gina Carano en Haywire es convincente, porque es una mujer bastante guapa, pero también ha sido competidora de artes marciales mixtas y reparte guantazos con todo realismo. Pero Geena Davis… no da la talla de ninguna forma.
La película tiene, además, todos los problemas de un guión escrito por Shane Black, que es de los pocos guionistas que consigue destacar y que su nombre llegue a ser conocido por los aficionados. Black fue uno de los primeros escritores que consiguió cobrar millones de dólares por un guión en los 90, con películas como Arma Letal o El Último Boy Scout, por las que recibió 250.000 y 1’7 millones de dólares respectivamente. Bueno, pues con esta se embolsó CUATRO MILLONES. Así, como lo oyes. Cuatro millones de dólares por escribir un guión.
Y el resultado es un refrito de una idea estrenada una década antes, basada a su vez en una novela de 1980, con todos los estereotipos de Black, como son meter a una niña en medio de la historia y salpicar las escenas de diálogos ocurrentes entre los protagonistas, que por el camino reciben una paliza detrás de otra, todo ello con mucha sangre.
Tenemos por ahí, en un papel secundario, a Samuel L. Jackson que en ese momento empezaba a impulsar su carrera con fuerza, después de haberse reinventado en títulos como Parque Jurásico o Pulp Fiction, y que no dejaba de empalmar una película con otra, llegando a aparecer en seis o siete títulos al año.
La historia no es original, el guión está lleno de tópicos, la interpretación de Geena Davis tiene la fluidez de un plato de garbanzos resecos y respecto a la niña, como siempre, te dan ganas de que vuelva Herodes y libre al mundo de este sufrimiento. En definitiva, una película que sólo te recomiendo si eres muy fan de Davis o si te has quedado dormido en el sofá y la han empezado a poner en televisión sin darte cuenta.
Trailer (Perdón, no lo he encontrado en castellano)