No creo que ninguno podamos imaginarnos lo que tenía que ser vivir perdido en los territorios de la frontera, con la ciudad más cercana a semanas de distancia a caballo, y con el continuo peligro de que alguien asaltara tu rancho, quemase todo y te robara lo que habías logrado. La dureza del medio creó situaciones como la que vemos aquí.
Jeremy Rodock, interpretado por un James Cagney entrado en años, es un criador de caballos que ha establecido su propio rancho y ganadería después de años de lucha con los cuatreros, los vecinos, los empleados y los propios caballos. Ese estilo de vida ha dado lugar a un carácter árido y seco, eficaz para tratar con los problemas diarios pero no para establecer lazos emocionales. A pesar de ello, en el fondo mantiene una elevada ética personal y un deseo de ayudar a aquellos más desafortunados que se cruzan en su camino, motivo por le que rescata a un joven al que habían asaltado unos bandidos y una cantante de taberna, a la que da un hogar sin obligaciones para que pueda rehacer su vida.
El problema es que esos intentos se enmarcan en el rancho y el negocio de la cría de caballos, con los habituales problemas de robos. Rodock ha establecido con los años lo que él llama «su ley», que consiste en que cualquiera que entre en sus tierras a robarle caballos terminará colgado de una cuerda en algún árbol del extenso rancho. El conflicto surge cuando intenta hacer comprender a sus protegidos, el joven aprendiz de ganadero y la cantante, que dicha medida no es cruel ni arbitraria, sino la única medida eficaz para mandar un mensaje a todo el mundo y evitar que los robos y ataques se multipliquen.
Como espectador, estás en la misma posición que esas dos personas, ambas procedentes de un ambiente más civilizado en el este, que han terminado en estos territorios más salvajes huyendo de su pasado o buscando nuevas oportunidades. Y quizás cueste un poco entender esa doble moral de alguien que por un lado es generoso y compasivo con los desvalidos, pero cruel y sanguinario con los transgresores. ¿O no?
Cuando un antiguo empleado intenta vengarse robando las yeguas, no se le ocurre otra cosa que serrar los cascos para dejar la carne al vivo, eliminando la protección de las pezuñas y condenando a los animales a un dolor constante al no poder apoyar las patas sin sufrir pinchazos en la carne viva. ¿Podemos calificar de cruel a Rodock cuando les atrapa y les castiga a caminar millas y millas descalzos y sin descanso?
Creo que unos de los aspectos más interesantes de la película es que coloca al espectador ante un dilema moral en el que, por un lado, ves el conflicto con los principios contemporáneos, pero por otro cada vez que profundizas más en la vida que se debía llevar en esos sitios comprendes las razones del protagonista. Pero es que la historia está basada en una novela corta de Jack Schaefer, autor de otras premisas memorables como Raíces profundas, y se nota la calidad.
Pero aún mejor es la segunda historia romántica que hay entre Rodock, la cantante (interpretada por Irene Papas), y dos empleados que aspiran sucesivamente a conquistarla. Rodock también quiere su compañía pero, como vemos a lo largo de la película, siendo el más duro de todos también es el más generoso al dejar que ésta elija su camino sin condiciones.
Buena historia, buen rodaje en exteriores, una trama interesante y una interpretación correcta por parte de todo el mundo, aunque nada excepcional. ¿Qué es lo que falla? Por un lado, al protagonizar esta película Cagney estaba ya bastante mayor, con casi 60 años, lo que lo convierte en una obra crepuscular para el actor, muy adecuada si no fuera porque el guionista se empeña en meter el triángulo amoroso con una Irene papas que en aquel momento tenía sólo 30 años recién cumplidos. La diferencia de edad es evidente y, aunque ambos consiguen transmitir un considerable cariño y aprecio entre sus personajes, no llegamos a creernos que pueda ser una relación de pareja.
Además, Cagney había crecido haciendo papeles de duro con un carácter explosivo, algo que el «star-system» de Hollywood había fomentado durante años tomando elementos del carácter de sus estrellas y convirtiéndolos en «marca de la casa». Los arrebatos de Cagney, originales en su juventud, aquí son casi un tic nervioso y hay momentos en que son tan exagerados que tampoco nos los podemos creer.
A pesar de sus defectos, es una buena historia del oeste, alejada de los convencionalismos y más de 60 años después de su estreno sigue conservando un buen ritmo. Así que, por mi parte, te la recomiendo sin dudar para una tarde de sábado.