Lo siento, pero no tengo el defecto de alabar películas flojas por el hecho de que aparezca un gran actor en ellas. Bruce Willis me curó por completo de esa tendencia hace tiempo. Y mira que me gusta Clint Eastwood, pero ni su presencia salva esta película.
Gus (Clint Eastwood) es un ojeador de baseball que ha dedicado toda su vida a buscar y seleccionar jóvenes promesas, para auparlas a las grandes ligas deportivas. Su talento le ha permitido mantener su puesto de trabajo cuando otros hace tiempo que se habrían jubilado, pero cuando empieza a perder la vista los problemas se multiplican a su alrededor; desde tropezar con los muebles, a sufrir varios accidentes conduciendo, o no ser capaz de ver a los jugadores que tiene delante.
Su hija Mickey (Amy Adams) tiene una débil y complicada relación con él. Apenas se ven y claramente hay conflictos sin resolver entre ellos, especialmente porque ella considera que su padre la abandonó de mala manera cuando era una niña. Con la intención de ayudarle a afrontar sus problemas de salud y, quizás, mejorar su relación, Mickey abandona unos días su puesto de trabajo en una importante firma de abogados, para acompañar a su padre en un pequeño vieja, del que depende la renovación de su contrato.
No sé qué sensación tendrás, pero yo ya sabía qué iba a pasar en toda la película a los dos minutos de haber empezado. Sobre todo porque en los créditos aparece Justin Timberlake, que interpreta a un jugador venido a menos que trabaja en lo mismo que Gus, que clarisímamente va a enamorarse de la hija, al tiempo que ella consigue salvar el trabajo de su padre.
No es que te la destripe, es que no tiene ningún misterio. Es que no hay ninguna novedad en la historia. Por no haber, casi ni hay baseball, porque las escasas secuencias en las que aparece un jugador dándole a una pelota con un bate, está al fondo, difuminado, unos segundos y sólo como marco narrativo para la siguiente pelea entre hija y padre, o padre e hija, o padre y dueño del equipo, o hija y novio que intenta comprenderla.
Aparte de este problema, tenemos el de las acciones incomprensibles de los personajes. Y aquí sí que no voy a contar mucho por si quieres verla por tu cuenta. Digamos que nos hemos acostumbrado a ver a Clint Eastwood en personajes razonables, maduros y con una cierta sabiduría acumulada, y aquí nos extraña verle insistiendo en que una hamburguesa carbonizada está «casi en su punto».
Tenemos por ahí de fondo a un par de personajes secundarios interpretados por buenos actores (John Goodman o Robert Patrick) y un chaval que parece ser la próxima gran promesa del deporte, aunque claramente se merece que le den un repaso con su propio bate por lo imbécil, engreído y desagradable que es con todo el mundo. ¿A que también te suena a tópico?
Es que el problema es ese. No se trata tanto de que la historia sea predecible, que lo es. Ya he comentado alguna otra película muy parecida a esta, con un argumento casi calcado al milímetro, pero que está bien hecha y que merece la pena ver. Kodachrome es un buen ejemplo de ello. No, el problema es lo superficial que es la historia, como si la mera acumulación de actores de gran calibre (Eastwood, Adams, Timberlake o Goodman) pudiera sustituir a un buen diálogo. Y no es que lo hagan mal, pero decir bien un diálogo absurdo no lo convierte en un diálogo profundo.
Yo empecé a revolverme en el asiento a los diez o quince minutos de empezar la película y me costó bastante poder terminarla. No hay nada en ella que me haga recomendarla, y es de esas que dudo que vuelva a ver.
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