El Proceso Paradine (The Paradine Case, 1947)

Los abogados no deben implicarse emocionalmente con sus clientes, para poder llevar a cabo su trabajo de la mejor manera posible. Pero, ¿qué pasa si el abogado encargado de un caso de asesinato se enamora de la mujer a la que defiende? ¿Hasta dónde podría esto nublar su juicio y llevarle a cometer errores?

Magdalena Paradine (Alida Valli) es una mujer que ha conseguido mejorar su vida y salir de la pobreza al casarse con un acaudalado militar retirado. Sin ocultar el interés económico, ella presenta esa relación como un acuerdo de apoyo mutuo, ya que el viejo coronel quedó ciego durante la guerra y ella ha sido su vista durante mucho tiempo.

La película empieza en el momento en que la policía la arresta como sospechosa del asesinato de su marido por envenenamiento, trasladándola a comisaría y recibiendo la visita del abogado de la familia, que le recomienda a un joven y brillante colega, llamado Anthony Keane (Gregory Peck). Este se entrega de inmediato al encargo, sintiendo casi de inmediato una atracción personal por su defendida que le hará dejar de lado a su propia mujer y perseguir a un misterioso ayudante de cámara (Louis Jourdan) como chivo expiatorio.

En principio, El Proceso Paradine es una película casi teatral, adaptada de la novela del mismo nombre de Robert Hichens. Y digo teatral porque el desarrollo de la misma se basa por completo en el diálogo y los pocos movimientos que hay de una escena a otra son sólo transiciones que nos llevan al siguiente cambio de escenario. Y aquí es donde encontramos la primera debilidad de la película porque, ya sea culpa del original o del guión adaptado, los diálogos están lejos de tener la brillantez y agudeza que se espera de un buen drama judicial.

Los interrogatorios son monótonos, dando vueltas a cuestiones que no llevan a ninguna parte. La historia no tiene un verdadero desarrollo, ya que una vez planteados los personajes principales y alguna débil motivación, no se avanza en ellas. No descubrimos razones ocultas, sino que aquello que ya es obvio en los primeros momentos se va haciendo más y más obvio a medida que pasa el tiempo.

La elección de Gregory Peck, que en aquel momento era aún un actor en los inicios de su carrera, con poco menos de diez películas en su haber y treinta años recién cumplidos, es completamente inadecuada. Las canas simuladas con maquillaje y el falso acento británico hacen que no nos creamos a su personaje. Y si bien es cierto que en los años cuarenta el sistema de estudios no se preocupaba tanto de la credibilidad como del atractivo de sus estrellas, eso no quiere decir que no hubiera elecciones de reparto equivocadas, sino todo lo contrario.

En el lado positivo tenemos a un Hitchcock muy maduro, con más de veinticinco años de experiencia a sus espaldas, que consigue mover la cámara con una enorme agilidad en recintos cerrados. Casi como si fuera una preparación para la estupenda La Soga, que rodaría a continuación, Hitchcock consigue que nos movamos en una abarrotada sala del tribunal con soltura. Centra la cámara en las emociones de los personajes y nos hace girar alrededor de ellos, viendo todo lo que les rodea y usando técnicas verdaderamente creativas para que su interpretación destaque en cada momento.

Igualmente hay que destacar el trabajo de casi todos los actores secundarios, desde la abnegada esposa del abogado (Ann Todd), al sabio consejero familiar (Charles Coburn) y muy especialmente el juez del caso (Charles Laughton) que es casi una proyección del propio Hitchcock, con sus propias manías, fetiches y demonios.

Que un abogado deje de lado los hechos para centrarse en las emociones, dominado por la fascinación que siente por su cliente, es un buen punto de partida para una interesante drama judicial. Pero ni el guión desarrolla bien la idea ni Peck era el actor más adecuado para el papel. Además, un metraje un poco largo tampoco ayuda. Dos horas son muchas horas cuando no haces otra cosa más que dar vueltas de un lado a otro sin llegar a ninguna parte. El final es llamativo y tiene su buen giro argumental, pero no llega a compensar la espera.

En todo caso, una película más que decente para apreciar el trabajo de dirección de Hitchcock.

Trailer:

El Proceso Paradine (1947)

Desde 10'00 €
6.1

Premisa

7.0/10

Guión

4.5/10

Interpretación

6.5/10

Producción

8.5/10

Factor "La volvería a ver"

4.0/10

Pros

  • La dirección de Hitchcock
  • La recreación de escenarios
  • La interpretación de los secundarios

Cons

  • La elección de Gregory Peck
  • La dicción de Gregory Peck
  • La monotonía del guión