Cuando vas a ver una historia basada en personajes clásicos, corres el riesgo de valorarla por la simpatía que te despiertan esos personajes y no por sus propios méritos. Aunque llena de buenas intenciones sobre la belleza que hay en las cosas simples de la vida, esta película es como la miel que tanto le gusta al osito de peluche: tremendamente dulce e irritantemente empalagosa.
Tengo que reconocer que no soy un gran aficionado a las historias de Winnie the Pooh y no porque no me guste el personaje o su universo. Lo descubrí tarde y no formó parte de mi infancia, pero cuando lo conocí me gustó el conjunto de personalidades y la ingenuidad infantil que había en sus historias. La pareja Christopher / Winnie de Alan Milne es para mí muy cercana a otra pareja humano / muñeco de fantasía que me encanta: Calvin y Hobbes de Bill Watterson. Por tanto, mis reticencias sobre la historia no parten de que sea ajeno a los personajes o su planteamiento, sino a la torpeza con la que se desarrolla la premisa.
Y la premisa es bastante simple: aquel niño que hace años sabía disfrutar de la vida pasando horas y horas en el bosque con sus amigos imaginarios, se ha convertido en un hombre maduro, con familia, responsabilidades y un duro trabajo de ejecutivo que le obliga a sacrificar las comidas, fines de semana y cuentos en la cama con su familia. Un momento… esta historia ya nos la han contado ¿verdad? ¡SIII! Es el argumento de Hook, que en 1991 nos contaba el mismo rollo sentimental, pero en aquella ocasión desde el punto de vista del personaje de fantasía (Peter Pan) y no de su compañero humano (Wendy).
En teoría lo que vamos a ver es cómo ese niño mayor recupera la inocencia de su infancia y consigue apreciar de nuevo cosas tan importantes como la familia, el tiempo libre, los juegos o la fantasía, todo ello en contacto con los personajes del pasado. Si en Hook un Peter Pan con michelines, encarnado por Robin Williams, conseguía volver a volar, aquí un Christopher Robin endurecido por la experiencia de la guerra y las responsabilidades del trabajo vuelve a disfrutar de los placeres de saltar sobre los charcos y pelear con gigantes invisibles, con la ventaja adicional de que al hacerlo recupera el cariño y comprensión de su esposa y su hijas, a las que había marginado injustamente. ¡Ay! (suspiro). Qué historia tan enternecedora…
Bueno, pues no. El primer problema es el ritmo. Leennnntooo… Parece mentira la cantidad de veces que miré el reloj con una película que dura poco más de 100 minutos, pero así es; cada 5 o 6 minutos volvía a mirar el reloj tratando de calcular cuanto podía quedar para que el guionista dejara de volver a explicarnos lo malos que son los padres que no leen cuentos a sus hijos.
Lo segundo es que los muñecos dan un poco de grima. Con muy buena intención, los responsables de diseño han huido de la versión redondita y de colores chillones que Disney estableció en los 80 para darnos una imagen más realista y cercana a los cuentos originales de Winnie, Pigglet, Tigger o Búho. Y en ese esfuerzo de hacer muñecos realistas que acaban de salir de un arcón cubierto de polvo durante 20 años, éstos se parecen más al gato resucitado de Cementerio de Animales que a un conjunto en entrañables muñecos amorosos. Además, Pooh apenas mueve la boca, arrastra las zarpas y se cae en la alfombra, de una forma que casi parece el primo lejano de Chucky. Da muy mal rollo eso de que la miel, que a todos se nos queda pegada sin remedio, al oso le desaparezca milagrosamente en pocos segundos de su piel de felpa. Si eso no es un conjuro diabólico, ya me dirás qué lo es.
Lo tercero es que es triste y tenebrosa. De verdad que las capturas que incluyo no están retocadas, es que la película es así. Esa textura sucia de los muñecos, esos cielos grises la mitad del tiempo, esos ríos y charcas turbios que salpican toda la película, esos interiores llenos de sombra y polvo… Casi parece la ambientación de una película de terror.
Y lo último es que el desarrollo es torpe y predecible. Es que aquí no es posible destripar la película, porque cualquiera puede imaginarse qué es lo que va a ocurrir a continuación. Así que estamos ante una historia en la que lo que debe gustarte es cómo te cuentan las cosas o quién te lo cuenta antes que el qué te están contando.
Si te gusta Wiinie the Pooh, si te hace gracia ver saltar a Tigger y las orejitas de Pigglet (debo reconocer que es mi personaje preferido), si crees que el mundo es injustamente cruel, si te gustaría que el Bosque de los 100 Acres existiera de verdad, pudieras sentarte todos los días a ver sus puestas de sol y no eres muy exigente, esta es tu película.
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