Si tienes claro lo que es un autorretrato en pintura, esta película es el equivalente en cine. Porque por encima de ser un gran musical, All that Jazz es, ante todo, el autorretrato que su director, Bob Fosse, hace de su propia vida.
Y vaya por delante que estamos hablando de una película rara, que no tiene por qué gustarle a todo el mundo. Tenemos al mismo tiempo dos narraciones superpuestas; una en el mundo real, en la que la imagen de Fosse, un Joe Gideon interpretado magistralmente por Roy Scheider, salta de un lado a otro en su ajetreada vida de genio del teatro musical, y otra de fantasía en la que el mismo Gideon se enfrenta a un diálogo con la muerte, interpretada lamentablemente por Jessica Lange, dando un repaso a su vida, sus logros, fracasos y sus numerosas aventuras.
La primera historia, la de Gideon de un lado para otro, es sumamente entretenida y pintoresca. Estamos ante un personaje típico de los años 60 y 70, una estrella del mundo del espectáculo que no está muy lejos del estatus que podían tener David Bowie o Mick Jagger, un macarrilla de alto nivel, salpicado de cadenas y abalorios, con la camisa abierta hasta el tercer botón para dejar entrever el pecholobo peludillo que (teórica y prácticamente) vuelve locas a todas las mujeres que le rodean.
Aquí Fosse es claramente muy indulgente consigo mismo y presenta a su alter-ego como un «pichabrava» simpático y encantador, que tiene derecho a su harén particular de cortesanas y admiradoras. El número de personajes femeninos que le rodean es claramente superior al de masculinos; cuando hace la selección de bailarines para su obra tiene claro que «quiero a esas chicas» y que más tarde se preocupará de los chicos. Y dónde quiera que vaya hay 3 o 4 mujeres pendientes de sus problemas, salud y tranquilidad: su hija, su novia, su ex-mujer y su amante. Si, aparte de novia, tiene amante. O varias, que uno pierde la cuenta.
Las similitudes no acaban ahí y es importante que las tengas en cuenta para comprender la película que estás viendo, porque llegan a tal punto que es profética. Si Gideon muere al final (vaya, ya he reventado la historia) de una complicación coronaria y agotamiento, Bob Fosse haría lo mismo ocho años después, también de un ataque al corazón.
La otra historia, esa segunda película entrelazada en la que Gideon reflexiona con la muerte o algo parecido, es un poco más dura de tragar. No porque no sea interesante, sino porque es excesivamente chillona y caótica. Ya costaba trabajo seguir la pista al protagonista en sus múltiples trabajos y aventuras, como para no sufrir el desconcierto de encontrarte cada pocos minutos en un limbo de purpurina con reflexiones existenciales. Pero si le coges el truco, si entras en esa narrativa entrelazada, la película es, como decía el propio Kubrik, un excelente ejercicio de dirección y montaje alternativo.
Quedan aparte los números musicales, que son todos bastante buenos y un par de ellos espectaculares. Porque sí, se trata de un musical, pero un musical tolerable, en el que los números forman parte de la dinámica de la historia y no de una locura de los actores. El número de Air-Erotica es una excelente muestra de buen gusto artístico al presentar todas las variantes de relaciones entre personas que se te puedan ocurrir. Nunca una danza que claramente reivindica la homosexualidad (entre otras cosas) me había resultado tan atractiva y más de uno tendría que verlo hoy para comprender que se puede defender la diversidad sin caer en la horterada vulgar.
Pero el número final, la despedida de Gideon de la vida, es simplemente espectacular. Uno de los mejores números musicales de la historia del cine, con una música y un diseño de vestuario deslumbrantes que se mueven al ritmo, de nuevo, de una cámara que sigue cada detalle con cuidado. Que Fosse fuera guionista, director y productor le dio evidentemente, un control que permitió que contara al milímetro lo que tenía en la cabeza.
Y eso se nota hasta en detalles como la rutina diaria del protagonista que se levanta, ducha, afeita, toma su medicación y saluda al espejo con un «empieza el espectáculo» que va perdiendo fuerza a medida que pasan los días y se acentúan sus ojeras, pero que nos muestra a las claras la personalidad de su autor. Lo dicho, un autorretrato en toda regla que te recomiendo por completo. Aunque insisto en que debes ir preparado para ver algo distinto: All that Jazz.
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